me da vueltas todo. me parece que no tienen remedio, las vueltas. alrededor del ordenador todo está girando. defino todo: hay tres barras de kitkat, un mars, una ipod, un paquete de lucky, un mechero, un cenicero que reza: i love london, una libreta en blanco y seis bolígrafos de tinta azul. pienso en la clave bárbara, por eso estoy aquí. me está jodiendo un poco no saber qué significa bárbara exactamente. le pusimos el nombre un poco a la puta. le dije a skutta: bárbara. él dijo: ¿y eso por qué? los bárbaros son de orígen germánico, como tú, corazón, y bueno, yo soy bárbara, razono. skutta repite: ¿bárbara?, y respondo: sí, bárbara, como yo. me gustó el nombre, pero ahora no sé qué significa así es que lo pongo a girar con el kitkat y lo demás. necesito que signifique algo.
sin embargo, las letras en el aire no me hablan durante un rato, no hay un lema, no son las siglas de nada. me pone nerviosa no saber qué hacer con estas letras de mujer, me juro que el próximo nombre será elegido con cuidado. me impulso con la silla hacia atrás poniendo un pie en la mesa. me hace falta distancia, me hace falta otro idioma, me hace falta espíritu. bárbara. barricade aux restricteurs, boicot aux rois de l'argent. voy a empezar una revolución de pacotilla, yo, que ganaré una pasta esta noche.
bárbara (london, noviembre 2007)
me desconciertan las ciudades con minusvalías. en grenoble, por ejemplo, todo está lleno de paralíticos. paralíticos, tetrapléjicos, inválidos, discapacitados físicos, no sé qué es lo correcto, cuáles son las diferencias. sillas y ruedas, los micromachines los llamábamos. al llegar a la ciudad era lo primero que veías, ni las montañas, ni los tranvías, lo que ves en grenoble desde que pones un pie en sus calles son paralíticos. acojona bastante, porque no sabes si es que conducen como locos en ese pueblo o de dónde cojones salen tantas sillas de ruedas. por las noches, en la residencia de estudiantes donde dormíamos, los micromachines iban siempre demasiado mamados, y deprimían a los demás. no se les podía echar en cara. en madrid, cerca de la casa de mis padres, hay ciegos por todas partes. pero la ceguera es otra cosa, la ceguera no se puede contemplar, ni se puede comprender, no se debe hablar de ella. la ceguera es un error, sólo se puede temer, porque el mundo no debería estar tan oscuro. yo nunca hablo de los ciegos. estoy en londres. antes, cuando trabajaba haciendo camas en el hotel de jimmy, el grandísimo hijodeputa irlandés, solía salir por el soho. pues bien, vale, el soho está lleno de sordos. te acercas a un grupo de tíos que se mueven como italianos al hablar, y resulta que son sordos. y no suenan. a londres le falta paz, así es que los sordos son una bendición.
esto viene a cuento de mike. él está sentado en una esquina de la habitación esperando a que yo le pida algo. trabaja para ewan, en su casa, como ayudante o lo que sea. está completamente sordo este mike. ewan me dice que sabe leer los labios y que sólo tengo que mirarlo para pedirle mis caprichos. me da mucha vergüenza ponerme a vocalizar en estas circunstancias. arranco un papel de la libreta y escribo: ¿serías tan amable de traerme un café? mike sonríe con la cara más dulce que he visto en toda mi vida y me hace gestos de que puedo hablar. niego con la cabeza mientras él camina hacia la puerta sin girarse, sin dejar de sonreír. gracias.
me sudan las manos. pienso en la última cosa que me dijo mi primo jacobo al despedirnos: dani, me gustaría que no fueses tan desastre, pero supongo que no serías tú de otro modo. me sudan las manos a cuatro minutos de la conexión. pienso que si no logro hacer esto, si no lo consigo, no sobreviviré a mañana. y todo sigue dando vueltas.