nunca sé que hacer cuando alguien se presenta con su apellido. me da la risa, no sé que se espera que haga después de eso y me dan todas las ganas de decir alguna gilipollez tipo: dani maggio, traficante legal de bugas. pero esta vez no me río. el señor thomas no parece un tipo al que le mole que se le rían en la cara. lo único que hago es levantar las cejas y sonreir, con mi mejor sonrisa. soy todo un encanto cuando me pongo.
el señor thomas me pregunta si juego al ajedrez y señala al tablero, invitándome a acercarme. le contesto que a veces, y me acerco a ver la partida. lo cierto es que no soy muy buena jugando. me matan las partidas largas y suelo aburrime a saco con los jugadores reflexivos, pero en este tablero hay un jaque en tres a las blancas como la copa de un pino.
- ¿por quién apostarías, daniela?
- por la negras, pero no habría mucha emoción. sería como apostar con un chivatazo, ¿no le parece?
- ¿lo has oido, jeffrey? estás acabado.
después de que el señor thomas largue de la habitación a toto y a jeffrey thomas (el guapito, que resulta ser el hijo menor de duncan), nos sentamos en el lado de la sala que parece una biblioteca con un par de gin-tonics. se me ha pasado todo el mal rollo porque este tío es de lo más simpático, a su manera de inglés estirado. me pregunta que qué tal el viaje y hablamos de cuatro polladas más como el clima en dinamarca. cuando ya estoy cómoda, duncan thomas coge un puñado de fotografías, me enseña una de un niño rubio de unos 10 años y suelta: este niño era yo antes de salir de alemania.
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