lunes, septiembre 04, 2006

para no perder las costumbres, mi llegada a nápoles fue puro caos. me había levantado a las cuatro y media de la mañana para meter en la mochila toda la ropa que entrara dentro, con una resaca de cañas del cagarse. a las cinco despertaba a momo para que me llevara en la cafetera, que él llama coche, al aeropuerto. creo que estaba todavía ciego porque no dio bien ni una curva y enganchó dos o tres esquinas antes de salir del centro de madrid. me estaba poniendo el estómago del revés, el muy capullo, y cuando le dije que me dejara conducir a mí, me echó una mirada de odio y asco que acabó conmigo. decidí encomendarme a dios y echar una siesta hasta llegar. el avión salió tarde y las azafatas me parecieron las notas más feas y antipáticas del globo. cuando les pedí una cerveza a mitad de vuelo casi me escupen. y cuando les expliqué: ya saben, el pelo del perro que te mordió anoche, creo que, de hecho, me escupieron un poco. es un refrán ingés para la resaca.... pero ya era demasiado tarde y rubiafeamononeuronal había desaparecido por el pasillo a toda leche.

en nápoles hace calor desde que amanece. cuando llego allí, escucho italiano y veo que nadie parece moverse en una dirección concreta, me siento como en casa. es exactamente lo contrario de lo que ocurre en la estación victoria de londrés, donde todos parecen movidos por un plan importante y jodidamente desagradable, a juzgar por sus jetas de gallinas británicas. aunque los napolitanos son una peña cálida y simpática siempre consiguen agotarme con su conversación. mi taxista se llama milo y tiene el aire acondicionado jodido. he perdido la goma del pelo y de mi nuca están cayendo ríos de sudor. estoy al borde de la muerte por axfisia cuando encuentro tres bolígrafos con los que consigo hacerme un peinado pseudojaponés. parezco imbécil con los palos saliendo de mi cabeza y una mochila dos veces más grande que yo colgada de la espalda. si me pongo completamente recta me caigo hacia detrás, fijo.

mimi ya está en nápoles cuando llego. me espera en la estación de tren con un copa de vino blanco en la mano y unas cinco maletas alrededor. busco al gilipollas que le ha llevado los bultos hasta allí porque es radicalmente imposible que la pitiminí esta haya hecho el trabajo sola, pero no veo a nadie. mis rayban está en la punta de mi nariz a punto de suicidarse haciendo un salto al vacio. me digo que a partir de aquí sólo puedo mejorar.

- oh mon dieu, doudou, estás realmente patética...
- cállate, bruja, cierra la puta boca.

luego, lo cierto, es que todo mejoró. no sé si será felicidad, pero a mí lo de tener pasta me da un rollo de
mesientodeputamadreporquepuedohacerloquemesalgadelsanto que, je ne sais pas, se le parece bastante. pillamos una habitación en el royal continental y encargamos una botella de josé cuervo para la noche. la comida en nápoles es un flipe y, teniendo en cuenta que en cuanto mimi sacara la farlopa nuestras necesidades iban a cambiar, nos pasamos el día en un restaurante del puerto. el cocinero es miguele, un viejo amigo de mi abuelo que en cuanto me ve se pone a gritar a lo napolitano que la piccola daniela está de vuelta en italia. me besa, me abraza, me presenta a toda la cuadrilla de ayudantes de cocinero y me pregunta qué vengo a hacer por allí de nuevo. me aplasta la cara entre sus manos cuando le respondo: il dolce far niente.